VACACIONES en mayúscula. 34 grados. Están jugando en la
pileta. El señor enojo pierde en Marco Polo, le pega a sus hermanas y sale. Se
viste y da vueltas alrededor de la mesa.
Le digo que yo estoy cambiando los muebles de mi pieza de
lugar, qué pensaba hacer él hasta que baje el sol. Seguir dando vueltas
alrededor de la mesa. Me parece perfecto, hijito. Me retiro.
Ayer hicimos la primer fogata del año. “Toda mi vida soñé con
hacer fogones. Siento que todos mis sueños se están haciendo realidad”- dijo
ella. Alrededor del fuego pensamos qué cosas nos gustaría que cambien en este
nuevo año: que no muera más gente y que todo esto se arregle pronto. Que se
termine la cuarentena y podamos ver a la gente que queremos. Y ahora, algo que
querramos cambiar de nosotros mismos: no gritar fuerte cuando me enojo, no
lastimar a nadie más, no pegarle a mis hermanos, terminar de convencerme de que
antes no vivía tan bien como pensaba.
Los padres adoptivos, más que nadie, rechazamos esa frase que
nos suelen decir: “qué buena suerte tuvieron estos niños…”. Básicamente la
rechazamos porque son niños que si algo en su vida les faltó, fue la buena
suerte. Insisto: cuando sos niño y de golpe perdés a tus padres, tu casa, tus
costumbres, tus lugares, tus aromas y sabores cotidianos, nada de lo que venga
después es buena suerte.
Para qué traen hijos al mundo si después no se hacen cargo?
Esta frase la escucho tanto, tanto! Y por estos días, en que se terminó de
debatir en el Congreso la Ley de legalización del aborto en Argentina, retumba
más. Mi niña es una mujer de 11 años. Intento por todos los medios que sea una
niña, y lo es, y lo sabe. Pero ahora se asoma al mundo adulto desde otro lado. Me pregunta qué es el aborto. Le contesto como
puedo, tratando de ponerlo afuera de su historia, y de la mía.
Hace algunas noches, en su insomnio triste, solita se
preguntó: Para qué traen hijos al mundo si después no se hacen cargo? Y un rato
después: -qué suerte tuvimos nosotros, mami! No creo que nadie pudiera entender
tanto a mi hermano como vos!-.
Y sí hay, y ella conoce unas cuantas familias que atraviesan
las mismas situaciones que nosotros. Son familias, como yo, no más buenas que
otras, no enviadas por los ángeles, no personas especiales de la humanidad:
son-somos- familias que tenemos en común una ideología que nos hizo ser
familias por adopción. Son-somos- adultos que nos preparamos mucho (y seguimos
haciéndolo) para entender los sentimientos y las actitudes de nuestros niños.
También fallamos en algunos puntos, como todos. Quizás lo nuestro fue gestar
una familia sabiendo que conviviríamos con el dolor y el conflicto, no siempre,
y no exclusivamente, pero sí por mucho tiempo.
Mi niño terrible me dijo hace poco, “ya antes decepcioné a
todos”. Si los adultos estamos en el lugar y en la situación que elegimos y
podemos decidir cuándo retirarnos, son los adultos los que se decepcionaron
solos. Los niños no eligen sus primeros pasos en la vida, ni siquiera eligen
con quién relacionarse ni bajo qué reglas.
Hoy este lugar, esta gente y estas reglas, les gustan y, por
lo que se ve, están felices.
Me asomo a la cocina porque no estoy sintiendo los pasos
constantes. Se puso la malla de nuevo, tiene la toalla en la mano, me sonríe:
VUELVO A LA PILETA MAMI. TE AMO.