domingo, 27 de agosto de 2023

Mientras mis hijos nacían.


Mientras S. nacía…

Yo vivía en la casa de la calle Castañer con mis padres.

Apenas unos días después de su nacimiento me encontraba celebrando las que serían mis últimas fiestas con mi papá.

Seguramente a esa altura del año, estaba enloquecida con el cierre del ciclo lectivo.  Trabajaba en las escuelas 99 y 25. En las dos tenía 1º grado. En la 25 hice un número artístico en la fiesta de fin de año con canciones infantiles de las últimas décadas. Y en la 99  algo así como la escuela del futuro.

Estaba muy flaca, pesaba 50 kilos. 

Aún vivía Panky, mi perra casi pequinesa, la primera mascota de mi vida.

Ese verano me compré mi primera pileta de lona y la disfruté muchísimo.

Recién iniciaba mi exploración por las redes sociales. Participaba de foros y planteaba el tema de la adopción para recoger información y opiniones. Por esa fecha abría mi primera cuenta de facebook.

Al mes siguiente nacieron mis primeros escritos sobre mi visión de la adopción que luego serían mis primeros posteos en el blog.

Por esa fecha escribí  “ con sus ojos, con su voz y con su historia, heredarán mi sonrisa”.

Hoy soy, muchas veces, la razón de su dulce sonrisa.

 

Mientras C. nacía…

 Yo vivía en Castañer con mi mamá.

Trabajaba en dos escuelas, la 25 y la 3, tenía 1º grado en las dos.

Ya tenía el dinero completo para comprar la casa.

Me reencontré con mis compañeras de la primaria. Fue un impacto emocional tremendo. Desde ese día recobré nuevas amistades con algunas de ellas.

Exactamente para esos días conocí mi casa. En mi mente planeaba las reformas.

Ya escribía el blog y exactamente 3 días antes de su nacimiento escribí “quizás en esas paredes haya mucha humedad acumulada por el encierro pero abrazaron a una familia en el pasado, y serán las que nos abracen a nosotros, construyendo otras historias…como la tuya, que seguramente tendrá varias paredes por reparar.”

Esa casa, en ese momento, era una suma de partes rotas.

No puedo dejar de pensar que fue él quien me dijo: “cada vez que me abrazás siento que una pieza más se está poniendo en su lugar”…y lo dijo en una época o una edad-no sé bien a qué se debía-, en que tenía mucha dificultad para comprender las metáforas, los dobles sentidos, los chistes, los refranes.

 

Mientras A. nacía…

Mi cabeza se quemó para esos días. Caí en la peor depresión que tuve.

Trabajaba en las escuelas 25, 6º grado y 71, 1º grado.

Fueron días de mucha tristeza.

Justo para su nacimiento me encontraba tramitando la licencia por psiquiatría que luego me llevaría al cambio de funciones.

Ya vivía en esta casa, en total estado de reforma. No estaban hechas las habitaciones ni el living. Recién estaba ideando la cocina. Una amiga me regaló todos los muebles y era la primera gran reforma que iba a hacer.

Por esos días escribí: “Imagino cada rincón con sus cosas. Imagino  qué harán en cada lugarcito de esta casa”.

Y pensar que hoy veo sus zapatillas y su campera dando vueltas por el piso y las sillas de la cocina y me enojo tanto!

Ella estaba naciendo para traerme la alegría que me faltaba por esos días, pero eso yo aún no lo sabía.



Hace unos días la más chiquita descubrió que “mamá escribe cuentos”, y les lei el texto de sus nacimientos.

Quisieron saber qué era eso de “mi blog” y comenzamos a leerlo anoche.

Lloraron mucho. De emoción muchas veces, de sorpresa y de angustia otras. Creo que a nuestros hijos les hace tan bien conocer nuestra historia !

Me sorprendió mucho que S. llorara con el relato del diálogo que tuve con Alejo en el hogar. Y no puedo aún detectar si fue por nostalgia, por angustia o por empatía.

Lo cierto es que siento que ya no puedo pedirle más nada a la vida más que la buena salud nos acompañe siempre. Es inexplicable todo esto, pero así lo soñé siempre. Éstos son los hijos que esperé tanto y son igualitos a los que deseaba.

 

lunes, 27 de marzo de 2023

Volver al punto de partida.


Cuando alquilé el departamento para transitar nuestro primer espacio de convivencia, llevé 3 peluches y se los presenté como sus compañeros para dormir. Siguiendo mis medidas indicaciones, cada noche que dormimos ahí, abrazaban a sus muñecos.

Al venir a pasar su primer fin de semana a nuestra casa, trajeron a sus compañeros apretaditos en sus manos durante casi todas las horas del viaje. Y así volvieron a su ciudad unos días después.

El día que egresaron del hogar, la mudanza del departamento ya la había hecho unos días atrás, así que cuando entraron a casa y fueron a sus piezas, se encontraron a sus compañeros de viaje esperándolos a cada uno en su cama.

Durante los primeros años, surgieron pequeñas crisis, miedos, tristezas, recuerdos, rencores y resignaciones. Ante esto, se aferraban a sus muñecos: “sus compañeros en los grandes cambios”.

 

 

Hoy quiero revivir mis días allí, la ciudad que hace dos décadas me robó a mi hermana (ella estaba viviendo allí cuando enfermó) y que hace 4 años me regaló a estos tres tesoros.

Fue pensado como unas vacaciones más pero fue sin duda mucho más que eso.

En la etapa de vinculación, iba dos veces por semana a verlos. Los horarios de los micros eran pocos porque estábamos fuera de temporada. Así me encontraba yo, yendo a la mañana para verlos dos horas a la tarde, y volviéndome de noche, más que nada “haciendo tiempo” por la calle, por la playa.

Esta vez fue volver a andar por esas calles donde deambulaba llena de miedo, cuestionándome cada acción, replanteándome si era la vida que quería esa que estaba por emprender.

Recuerdo el dolor de mis pies del eterno caminar hasta que se hiciera la hora de ir al hogar a verlos o de volver a casa. Estaba cansada de esas calles, de ese cielo y hasta de ese mar. Y aunque había hechos que sucedieron una sola vez, los pensaba en pretérito imperfecto. Cuando íbamos al cine-fuimos una sola vez-, -cuando cenábamos frente al mar- lo hicimos una sola vez. Pensaba, y sigo pensándolo, recordando todo lo que pasé, todo lo que hice, todo lo que aguanté, todo lo que superé: de verdad pude hacer todo eso?

 

 

 Pero esta vez recordé todo ese andar con una sonrisa.

Caminé esas calles nuevamente pero con los chicos. Recordaron nuestras primeras salidas, y para mi sorpresa, noté que ellos también sentían nostalgia del corto recorrido juntos por  allí, en su ciudad natal-como bien la llama él.

Revivimos varias andanzas: el shopping, los juegos, la plaza, el patinaje sobre hielo, los caprichitos en las tiendas (una se vino con una brújula!!!)

Estuvieron por primera vez alojados en un hotel. Toda una aventura! Lo mejor: el desayuno de reyes, como le decían.

Volvimos a ver a gente muy querida, las familias voluntarias que los contuvieron durante sus años de institucionalización. Hubo muchos abrazos de esos que son tan reales y sinceros que aplacan cualquier pena momentánea.

La felicidad en las caritas de mis hijos es un cuadro que permanecerá en mi retina por mucho tiempo.

Las palabras que me dedicaron todas estas personas me hicieron sentir aún más fuerte en mi rol de madre.

Cuando nos tomamos el taxi para ir a la terminal a tomar el micro que nos devolvería a casa, era de noche. Las luces de la Peralta Ramos coronaban nuestro andar.

Lloré. Lloramos. y al llegar a la terminal, antes de subir al micro, la mayor dijo: necesito algo para apretar.

Esta vez fueron ellos los que se eligieron el peluche que más le gustaba a cada uno, y otra vez, volvieron a casa abrazados a sus nuevos compañeros en los grandes cambios , pero esta vez con su nueva brújula , señalando quizás, nuevos horizontes y recordando que siempre habrá un lugar al cual volver.