lunes, 27 de marzo de 2023

Volver al punto de partida.


Cuando alquilé el departamento para transitar nuestro primer espacio de convivencia, llevé 3 peluches y se los presenté como sus compañeros para dormir. Siguiendo mis medidas indicaciones, cada noche que dormimos ahí, abrazaban a sus muñecos.

Al venir a pasar su primer fin de semana a nuestra casa, trajeron a sus compañeros apretaditos en sus manos durante casi todas las horas del viaje. Y así volvieron a su ciudad unos días después.

El día que egresaron del hogar, la mudanza del departamento ya la había hecho unos días atrás, así que cuando entraron a casa y fueron a sus piezas, se encontraron a sus compañeros de viaje esperándolos a cada uno en su cama.

Durante los primeros años, surgieron pequeñas crisis, miedos, tristezas, recuerdos, rencores y resignaciones. Ante esto, se aferraban a sus muñecos: “sus compañeros en los grandes cambios”.

 

 

Hoy quiero revivir mis días allí, la ciudad que hace dos décadas me robó a mi hermana (ella estaba viviendo allí cuando enfermó) y que hace 4 años me regaló a estos tres tesoros.

Fue pensado como unas vacaciones más pero fue sin duda mucho más que eso.

En la etapa de vinculación, iba dos veces por semana a verlos. Los horarios de los micros eran pocos porque estábamos fuera de temporada. Así me encontraba yo, yendo a la mañana para verlos dos horas a la tarde, y volviéndome de noche, más que nada “haciendo tiempo” por la calle, por la playa.

Esta vez fue volver a andar por esas calles donde deambulaba llena de miedo, cuestionándome cada acción, replanteándome si era la vida que quería esa que estaba por emprender.

Recuerdo el dolor de mis pies del eterno caminar hasta que se hiciera la hora de ir al hogar a verlos o de volver a casa. Estaba cansada de esas calles, de ese cielo y hasta de ese mar. Y aunque había hechos que sucedieron una sola vez, los pensaba en pretérito imperfecto. Cuando íbamos al cine-fuimos una sola vez-, -cuando cenábamos frente al mar- lo hicimos una sola vez. Pensaba, y sigo pensándolo, recordando todo lo que pasé, todo lo que hice, todo lo que aguanté, todo lo que superé: de verdad pude hacer todo eso?

 

 

 Pero esta vez recordé todo ese andar con una sonrisa.

Caminé esas calles nuevamente pero con los chicos. Recordaron nuestras primeras salidas, y para mi sorpresa, noté que ellos también sentían nostalgia del corto recorrido juntos por  allí, en su ciudad natal-como bien la llama él.

Revivimos varias andanzas: el shopping, los juegos, la plaza, el patinaje sobre hielo, los caprichitos en las tiendas (una se vino con una brújula!!!)

Estuvieron por primera vez alojados en un hotel. Toda una aventura! Lo mejor: el desayuno de reyes, como le decían.

Volvimos a ver a gente muy querida, las familias voluntarias que los contuvieron durante sus años de institucionalización. Hubo muchos abrazos de esos que son tan reales y sinceros que aplacan cualquier pena momentánea.

La felicidad en las caritas de mis hijos es un cuadro que permanecerá en mi retina por mucho tiempo.

Las palabras que me dedicaron todas estas personas me hicieron sentir aún más fuerte en mi rol de madre.

Cuando nos tomamos el taxi para ir a la terminal a tomar el micro que nos devolvería a casa, era de noche. Las luces de la Peralta Ramos coronaban nuestro andar.

Lloré. Lloramos. y al llegar a la terminal, antes de subir al micro, la mayor dijo: necesito algo para apretar.

Esta vez fueron ellos los que se eligieron el peluche que más le gustaba a cada uno, y otra vez, volvieron a casa abrazados a sus nuevos compañeros en los grandes cambios , pero esta vez con su nueva brújula , señalando quizás, nuevos horizontes y recordando que siempre habrá un lugar al cual volver.