Lo que voy a escribir es más
desde mi lugar de maestra alfabetizadora que de mamá por adopción.
Alberto, 8 años, tercer grado
llega a los brazos de casi mamá con dificultades para aprender a leer y
escribir.
El encuentro entre ellos fue
en medio de la pandemia, por lo tanto la vinculación fue apresurada, tanteando
las pocas opciones que el encierro y las restricciones les permitían.
Alberto le fue presentado como
un niño que casi no hablaba, sin embargo durante el primer encuetro “inundó la
plaza de palabras, de preguntas y de anhelos”. Es introvertido y poco
afectuoso, le dijeron. Al volver de su primer estadía en su futura casa saludó
a las operadoras del hogar con un beso por primera y única vez (quizás en modo
de agradecimiento?).
Pasados los 6 meses que la ley
estipula el tiempo necesario para decidir si una familia ya puede conformarse
como tal, parece que en algunos lugares hay muestras más literales, como el
pequeño gigante que conté una vez que por fin pudo llorar.
Casi mamá no desistió jamás de
ayudarlo a aprender a leer. Siguió indicaciones de cuantos quisieran dárselas.
En estos 6 meses pasaron
momentos muy difíciles y cada noche ella se sentaba en una sillita roja y les
leía un cuento antes de dormir, como si las palabras leídas dieran la calma
necesaria para relajarse. Y lo sigue haciendo.
Hoy fue un día muy difícil
para casi mamá, entre las presiones del trabajo (porque no tiene licencia por
maternidad), cuentas para pagar, horarios a
los que no llegó, sumándole las tareas de la casa que hace sólo medio
año se multiplicaron por tres, llega a casa por la tarde totalmente destruída.
Algo de esto esboza a sus niños. Pero Alberto encuentra la solución:
_Vos acóstate en la cama que hoy te leo yo_ le
dijo.
Ella acostada en su cama ve
como Alberto trae de su pieza la sillita roja y un libro de cuentos. Se sienta
cómodamente, abre el libro y lee de principio a fin el cuento más hermoso que
jamás le hubieran contado a esta mujer que, al menos hoy, necesitaba escucharlo.
-Soy un fracaso como maestra-
me dijo hace unos días. Y sí, no estaba destinada a ser la maestra de Alberto,
sólo tenía que ser MAMÁ.
La aproximación a la
lecto-escritura se trata de visibilizar los beneficios de dar y recibir
palabras. Cuando éstas tienen un condimento emocional intencionado, no sólo se
logra la alfabetización, nace un lazo entre las personas que jamás será cortado
por nadie.