jueves, 6 de febrero de 2020

El umbral de dolor.


La más chiquita suele encontrarse moretones y chichones y no recuerda bien cuándo ni cómo se golpeó. Se parece a mí que me esguincé varias veces un tobillo y hasta llegué a desgarrarme un hombro sin saber cómo. La más grande me hizo temblar una mañana con un dolor de panza que me hizo pensar en una peritonitis fulminante cuando sólo era un gasesito atravesado. Una tarde, en la escuela se golpeó el pie y su llanto me hizo empezar a accionar el celular para ubicar a los dos chiquitos mientras corriéramos al hospital porque como mínimo, tenía fractura. Tres mimos después estaba caminando como si nada hubiera pasado.
Mis tres pekes vinieron del hogar con unas cuantas ropitas. Aquí recibieron bastante ropa de gente amiga, más las que le regalaban en los cumpleaños. Las familias voluntarias, luego de su egreso y en nuestros viajes a su ciudad por temas administrativos, les compraron ropa también. En definitiva, los roperos de mis pekes explotan.
Las nenas quieren vestirse iguales…. “queremos que se vea que somos hermanas”… (como si no se viera en sus rostros!!! –son idénticas-). El varón no acepta bajo ningún punto de vista, usar remera sin mangas. Pero los tres siempre tuvieron preferencia por “la ropa de antes”. Esa es la ropa que traían del hogar, pero también la ropa que les regalaron las personas de su ciudad después del egreso.
Mis pekes son muy pequeñitos y delgados. La más chiquita es un poco más chica que la talla de su edad.
Hace un año y dos meses que están aquí…. Y en un año y dos meses vienen creciendo bien, según la pediatra. Los dos mayores aumentaron un número más de calzado y la más chiquita cambió un talle en este año (y no de toda la ropa).
La ropa y juguetes que no usan, las regalamos a distintos hogares y merenderos.
La remera de plantas vs zombies se la compré a mi hombrecito cuando estaban por venir a vivir aquí. La de los superhéroes, cuando fuimos a ver bailar a sus hermanas al teatro, aún en la etapa de vinculación. La rayada del capitán América la trajo del hogar. Las lavé y las planché con mucho más amor que de costumbre.
Cuando digo: _vamos a ponerla con la ropa para regalar al hogar_ frunce el ceño. Justo él, que en palabras dice que no quiere nada que le recuerde al “antes”.
Y aquí estamos…. Creciendo, entendiendo, presintiendo el futuro, recordando el pasado y, en parte, también añorándolo.
Y aquí estoy yo, lagrimeando con unas remeritas en la mano. Unas remeritas que, de golpe, me hicieron bajar unos cuantos escalones mi umbral de dolor.

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