lunes, 26 de abril de 2021

La paz de la palabra


 Recién iniciaba mi camino en la docencia cuando fue el atentado a la AMIA. Fue un viernes. El lunes comenzaban las clases luego del receso invernal. Planifiqué esa primer clase con todo el amor que lleva una maestra de 23 años a sus niños.

A media hora de haber empezado el día laboral, me encontraba con mis alumnitos explicándoles qué era un símbolo: y en el pizarrón estaba el símbolo de la paz. Entra la directora con una niña de impecable guardapolvo blanco, gringuita con carita temerosa. Se paran a un costado del salón mientras seguía mi explicación: este dibujito lo entienden todas las personas del planeta, hablen el idioma que hablen, todas saben que significa PAZ.

Al retirarse la directora y la niña, pregunto qué pasaba. Esta niña se llama Eva. Viene de Paraguay, hace unas semanas perdió a su mamá en manos de su papá. Su tía la fue a buscar al monte y le dieron la guarda. No sabe ni una sola palabra en castellano, jamás fue a la escuela, tiene 8 años, estamos viendo en qué grado la anotamos. No terminó de hablar y le dije: “la quiero yo”!

Al día siguiente Eva era mi alumna.

Pasamos un año entre sonrisas y caricias. Intentando ambas comunicarnos con palabras, lo intentamos, algo logramos, yo hablaba y señalaba, ella asentía; ya no decía mariposa, decía PANAMBÍ y ella sonreía, pero jamás le escuché la voz, sólo su nombre completo le oí decir.

Siete años después, al fallecer mi hermana, recibo cartitas de ese grupo de alumnos, dándome las condolencias como sólo saben hacerlo los chicos-devenidos en adolescentes-, esas palabras que alivian el alma. Y entre tantas aparece la de Eva, que en perfecto castellano y sin una sola falta de ortografía, me cuenta que me recuerda como su segunda mamá. Que fui durante ese primer momento del gran cambio, la contención que ella necesitaba. Que estaba muy agradecida por todo lo que le brindé, y que su gran pesar era que nunca me lo había podido decir.

Por estos días, en que miro a mis hijos y pienso que son de los pocos a los que no tuve la posibilidad de participar en su alfabetización, me encuentro dándole una mano a Casi Mamá, que tiene un pequeño de 8 años que no sabe las vocales. Pienso en cómo ayudarla e intento explicarle que la aproximación a la lecto-escritura se trata de visibilizar los beneficios de dar y recibir palabras.

Eva mujer, en algún lugar debe tener esa paz que aprendió intuitivamente, en su primer clase. Poder hablar, poder escribir, poder leer, debe ser el acto de amor más humano que tiene nuestra especie, pienso yo, que hoy me encuentro volviendo a mis raíces. Como esta imagen de mis niños, sin palabras y diciendo tanto!

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